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jueves, 11 de enero de 2007

Lluvia


Lluvia. Gotas que se deslizan por el cristal. Agua evaporada y vuelta a condensar. Lágrimas... Nunca la lluvia me había parecido tan horrible. Siempre había pensado que el sonido de las gotas al golpear el suelo era sumamente relajante. Hasta hoy.

Me recuerdan a mis lágrimas. Una detrás de otra van cayendo desde mis ojos hasta el suelo. Una detrás de otra, sin parar. No puedo hacer nada por detenerlas. Por mucho que me esfuerzo mis ojos no dejan de expulsarlas. Quizá les pase eso a las nubes. Acumulan demasiado vapor de agua y acaban teniendo que expulsarlo en cualquier momento, de cualquier forma. Suena inverosímil, verdad? Supongo que lo es. Pero no sé porque hoy me parece plausible.

Las nubes son gris oscuro, de un tono casi amenazante. Casi no hay luz y cuesta leer los carteles a través de mi ventana. El reloj sigue imparable su avance: segundo a segundo, minuto a minuto... El tiempo pasa y casi no me doy cuenta. Estoy absorta en la ventana, en la lluvia, en mis lágrimas.

¡Pinc ! Cae una gota y cae una lágrima. ¡Pinc ! Cae otra gota y cae otra lágrima. ¡Pinc !, ¡pinc !, ¡pinc !... Una detrás de otra se deslizan cristal abajo. Hasta el suelo.

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